Para ti...
El sol se iba poniendo poco a poco por el horizonte, se iba despidiendo de todos, mientras majestuosamente se ocultaba cubriendo la ladera de la montaña con ese manto cobrizo, que hacía brillar a cada elemento del bosque de una forma especial. La pequeña hada se estaba adormilando sobre la suave hierba. Movía sus manitas, mientras sus pensamientos se arremolinaban en su cabecita, igual que lo hacía el agua en cada curva del río. Sabía que tenía que ponerse en marcha. ¿A donde? no lo sabía muy bien. ¿Que buscaba? no lo tenía muy claro. ¿Cuando llegaría? Ni si quiera sabía si su viaje tenía meta.
Llevaba décadas recorriendo bosques enteros, durmiendo cada noche en un árbol distinto, aprendiendo de cada gnomo, cada elfo, cada ninfa. Cambiaba gotas de rocío y néctar por cuentos, historias y recetas secretas de como curar males del cuerpo y del alma, con cariño y hierbas naturales. Siempre con una sonrisa, se despedía con tristeza en su mirada, porque sabía que nunca mas volvería a ver a esos que ahora eran sus amigos. Se sentía llena de vivezas, de experiencias, hasta de sabiduría... pero sentía vacío su corazón, por mas millas que recorría, mas perdida se sentía. No sabía que era lo que su corazón le pedía, lo que buscaba.
Se incorporó despacito, mientras agitaba ágilmente sus alitas, para desprender de ellas los pequeños pétalos que se habían quedado pegados, creando una pequeña lluvia de colores a su alrededor. Eran grandes y brillantes, y al trasluz del ocaso, se veía perfectamente el suave dibujo que había en ellas. Se soltó su larga y frondosa melena oscura, que contrastaba con su piel clara. Se estiró su vestido rojo, que se ajustaba perfectamente a las redondeadas curvas de su cuerpo. Esbelta y atlética, se estiró todo lo que pudo, para sacudir la pereza, mientras pasaba su manos sobre sus ojitos, redondos, negros, profundos, de esos que es mas que difícil no caer en su embrujo, por sus mejillas, suaves y sonrosadas, y por sus labios, rojos y carnosos.
Cuando ya estaba lista para emprender de nuevo el viaje, descubrió algo que llamó totalmente su atención, era algo que nunca había visto, pero de la cual no podía distraer su mirada. Ahí, sobre la punta de una de las hojas de los sauces, había una pequeña gota, redonda, perfecta, brillante, como si mil rayos de sol la atravesaran. No podía ser rocío, no eran horas, y era demasiado dorada. No podía ser miel, se deslizaba con suavidad a traves de la rama. No podía ser néctar, demasiado perfecta era su forma. Llevada por la curiosidad, levantó el vuelo y se acercó poco a poco a descubrir que era, y cuando estaba a punto de estirar su bracito para poder cogerla, la gota se desprendió de la última hoja de la rama, y cayó al suelo. De ahí comenzó a rodar lentamente. El hada la miraba asombrada. Era como si la gota la llamara, como si le pidiera que la siguiese. Intentó dar media vuelta y seguir con su camino, pero era del todo imposible el continuar su marcha, tenía que saber que era. A medida que se iba acercando, la gota rodaba por el bosque, como si el aire la meciera sin rumbo, pero a su vez marcando un camino. La pequeña hada, cada vez mas ansiosa, volaba mas rápido, a lo que la gota, rodaba cada vez mas veloz, brillando cada vez mas, pero sin alejarse demasiado, como llamándola desde la distancia. Tan concentrada iba el hada persiguiendo su objetivo, que no se dio cuenta que la gota se fundió de repente en una pequeña cascada de agua en la ladera de la montaña. En ese mismo instante, que era el mismo en el que el sol llegaba a su punto mas bajo, el agua brilló de una forma cegadora, tanto, que tuvo que cubrirse sus ojos con las manos y equilibrarse para no caer al río. Pero es ahí que el hada fue incapaz de alejarse de la cascada, porque algo en su interior, la llamaba con mas fuerza que nunca. Sentía un calor especial dentro de ella que nunca había sentido antes. Veía con mas claridad y sentía que cada uno de sus movimientos eran fruto de la llamada de esa poderosa energía. Cuando se acercó a la cascada, le impactó ver un tenue reflejo. Era como si se viera a través de un espejo. Comenzó a moverse, comenzó a bailar frente al agua. Las pequeña gotas resbalaban por su corto vestido, el pelo se le iba humedeciendo, a la vez que se quedaba pegado a su espalda y brazos desnudos. Todo ello, sin dejar de mirar ese reflejo que le seguía con la misma ternura en su mirada, que tenía ella en ese momento. De pronto, comprendió aquello que sentía con tanta fuerza por dentro. Era extraña en ese sitio, pero se sentía en su casa. No quería moverse de allí, porque por fin había llegado a alguna parte. Sabía lo que tenía que hacer. No era un reflejo lo que estaba mirando, era aquello que su alma había buscado por años, solamente tuvo que estirar su manita hasta tocar el reflejo, para sentir esa calidez infinita en todo su cuerpo. Y ahí se dio cuenta de que ese viaje había terminado, para dar paso al resto de su existencia.